Ama-Gi es la transcripción fonética del primer registro escrito que se conoce de la palabra «Libertad», escrito en caracteres cuneiformes, según una tablilla de arcilla hallada en la ciudad sumeria de Lagash, que data del año 2,300 A.C. aproximadamente.
Un hijo de su tiempo. Así podríamos definir a Mario Ghibellini en pocas palabras. Parte de una generación que era adolescente cuando el General Velasco dejaba el poder y que de pronto, al ingresar a la universidad, vivía por primera vez una experiencia democrática. Más que una opción política, el liberalismo de Mario va más de la mano con la libertad en sí misma que del discurso de la apertura de los mercados.
Estudió Literatura en la Universidad Católica. Sin embargo se dedicó a la política, al menos los dos primeros años. Junto con Federico Salazar, quien lo había introducido a los textos de Hayek y Friedman, sus primeros pasos en el liberalismo los dio en oposición a la izquierda, la cual en esa época tenía mucho poder en los Centros Federados, así como en los Tercios Estudiantiles. Así, como quien no quiere la cosa, la Alianza Democrática Universitaria, grupo formado por alumnos de derecha, ganó primero el Centro Federado de Letras.
«Me puedo jactar de haber creado los exámenes sustitutorios», cuenta Ghibellini, quien ya no es el joven que tocaba Rock n Roll en los jardines de Letras, al menos físicamente. A sus casi 50 años, ya buena parte de su cabeza está cubierta por canas grises y el tiempo le ha dado algunas arrugas. Sin embargo sigue transmitiendo un espíritu juvenil que se traduce en un rostro que no demuestra realmente su edad. Cuando recuerda sus épocas de cachimbo sonríe y se le achinan los ojos. «Hueveé bastante en Generales», confiesa, «creo que me la pasé más tiempo haciendo política que estudiando».
Ghibellini tuvo un encuentro cercano con la política nacional a fines de los 80’s. Participó en el Movimiento Libertad, siendo uno de los miembros fundadores. Sin embargo renunció cuando el movimiento creció. En una anécdota contada por Alejandro Ferreyros, quien fue su profesor en la academia Trener, durante un congreso del Movimiento Libertad en el que se debían elegir a personas que iban a ocupar cargos administrativos, Mario Vargas Llosa convocó al grupo de Ghibellini para decirles, en privado, sus cargos. Ese día renunció. «Fue un cargo de conciencia, Vargas Llosa todavía me recuerda mi disidencia evitando saludarme cuando nos cruzamos», cierra.
Actualmente escribe una columna llamada ‘Vuelo de Libelo’ en Somos. Analiza la política local, lo que finalmente siempre le interesó. El periodismo cayó en su vida por su propio peso: lo atrapó en sus tentáculos como a tantas otras plumas. Sus primeros trabajos los realizó en el ILD como coautor de «El otro Sendero», junto con Enrique Ghersi y Hernando de Soto. Tuvo la opción, en 1990, junto con otros liberales de entonces, de sacar una revista de pensamiento liberal que rozaba con lo revolucionario: Ama-Gi. Sacaron 10 números. Luego se paseó por distintos medios locales, fundando incluso una segunda revista independiente, ‘Meridiano’, en 1991.
Nació en Lima. Estudió en el Colegio Humboldt, con Federico Salazar como compañero de carpeta. Le gusta la literatura fantástica y es seguidor de Borges, Ítalo Calvino y Julio Cortázar. También la literatura de escarnio, estilo marcado por la sorna, la burla. Una literatura que deja cicatrices. Es además fan y coleccionista de todo lo relativo a los Beatles, habiendo colaborado varias veces en eventos y publicaciones en homenaje a alguno de sus miembros. Se considera a sí mismo como una persona que nunca ha permitido que nadie vulnere su libertad. Cuando alguien le recrimina el no haberse casado con ninguna de las novias que ha tenido responde, en tono de humor, «¿por qué no te has muerto?». Dice que no quiere casarse pensando «¿por qué no?», sino «¿por qué sí?». Hace lo que le gusta: leer, escribir cuentos que en muchas ocasiones no ha publicado, escuchar música. En fin, ha tomado libremente la decisión de llevar una vida consecuente con sus convicciones y de acuerdo a su forma de ser. Es auténtico.
Le gusta la política, pero considera que participó en su momento y que no es un campo que le interese. El poder, dice, sobre todo el que los políticos locales tienen, hace que uno no quiera perderlo y haga lo que sea por mantenerlo. El poder debe estar lo más repartido posible, debe estar en las personas individuales y en sus formas particulares de organizarse, cosa que el Estado no lo retenga para sí. Le gusta, sin embargo, la política desde su punto de vista como espectador. Desde su tribuna, comenta sobre los temas importantes, sobre los políticos, sobre el poder. Gracias a ellos, comenta finalmente, puedo escribir literatura de escarnio.
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